12 de mayo de 2020
Día cuarenticatorce de cuarentena
¿Cómo se registra un día en un diario? Es decir, ¿qué tendría que escribir para hacerle “justicia” al día, para que quien lo lea se dé una idea de cómo fue este día para mí? Me genera extrañeza esta duda, más aún porque al ser “el profe” debería tenerlo más que claro. Y, sin embargo, no. Eso tiene la escritura, especialmente el comienzo de la escritura, esa capacidad de hacernos dudar, incluso de algo tan simple e inmediato como el día que estamos viviendo.
¿Debería primero enumerar las cosas que hice? ¿Debería entonces abundar en las primeras personas del singular de despertar, desayunar, cocinar, barrer, limpiar, chatear, videollamar, planificar, comprar, lavar, leer, corregir, escribir? (el orden de los verbos sí altera el producto) ¿Cuántos verbos caben en este encierro de dos pisos y patio? Podría, en cambio, escribir sobre cómo me sentí a lo largo del día. En ese caso, recurriría a sustantivos como incertidumbre o ansiedad y adjetivos como desorientado, harto o nostálgico (y sus combinaciones: incertidumbre nostálgica, ansiedad desorientada, o, viceversa, nostalgia incierta, desorientación ansiosa).
Otro modo que se me ocurre de contar este día es sencillamente narrar algún episodio, convertirlo en anécdota, aunque se me hace difícil esta opción también. Escribiría algo sobre los benteveos que por estos días vienen a comer las uvas maduras nunca recolectadas de la parra. Describiría cómo los miro a través de la ventana mientras desayuno, en el silencio de la mañana, cuando todavía soy el único despierto en la casa. Probablemente diría que nunca sé si ellos me ven mientras los miro, que elijo pensar que sí, que me ven, pero que no me tienen miedo, que se acercan igual a recoger el fruto generoso que nos regaló el verano, tan ignorado por nosotrxs como valorado por ellos.
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Lo que veo yo
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Lo que ven los benteveos
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Pero, al fin de cuentas, creo que lo más verdadero que puedo decir sobre el día de hoy es que por primera vez en mucho tiempo tuve ganas de escribir. Escribo mucho, todos los días: mensajes, mails, informes, correcciones, consignas, listas. Pero esto era algo distinto, era una urgencia por sentarme a armar frases y combinar palabras sin que me importara demasiado hacia dónde irían.
De ese impulso, que al principio me sorprendió, pero que inmediatamente aproveché, salió este poema y salió este registro sobre mis ganas de escribir. Mientras termino estas líneas, pienso que esas ganas fueron motivadas por estar escribiendo junto a mis alumnxs que, antes que yo, tuvieron la misma duda sobre cómo se registra un día en un diario y a esa duda también le pusieron palabras.
hasta
acá
abro la puerta,
dejo las bolsas en
el piso,
el suspiro de alivio
del peso muerto por
fin descargado
rebota
en el paño
y empaña
eso y el cambio
repentino
en la intensidad de la
luz
me ciegan
momentáneamente
el llegar a casa
hasta
acá, todo bien
atino a sacarme el
tapabocas que tengo y detengo
en
el acto
el gesto
de
mis manos
que se adelantan
y se me acercan
peligrosamente
sin antes ser
lavadas
hasta
acá, todo bien
enfilo hacia el baño
de la planta baja y me planto,
es apenas una
inercia
del movimiento que
se
cancela
al tropezarme con
la idea
de mis propias
zapatillas
con la idea que me
cuesta creer
de mis propias zapatillas
incurriendo en el
descuido
mis propias
zapatillas
hasta
acá, todo bien
cualquiera sabe que descalzarse
parado
es un festival de
extremidades en desequilibrio
y mentalmente repaso
los pasos
que tendría que dar
hasta la silla más
cercana, sí, ya,
otra vez me
interrumpo
habiendo
levantado el
pie
habiéndome despegado del piso
porque alejarse de
la puerta de calle
dejándola abierta
me suena a una
alarma
hasta
acá, todo bien
a todo esto, yo
a todo esto, mi cuerpo
a todo esto, las compras
a todo esto, mis manos, las
zapatillas, la puerta
a todo esto, digo, no nos hemos movido
solamente se ha borrado un poco
el vapor que cubre los lentes
y mis ojos,
que ya se acostumbraron a la luz
tenue
de persianas bajas,
aún calculan cuánto cuesta llegar
hasta
acá
Ignacio Muñiz
Hermoso, muy hermoso.
ResponderBorrarQue lindo Mumo!
ResponderBorrarEl orden de los verbos altera el producto: corregir, escribir. Leer, escribir. Las ganas de escribir que vienen después de leer, después de releer lo que se leyó, después de esa acción tan compleja que es corregir la escritura de otra persona (que escribe). Son las ganas menos esperadas, las escrituras que producen otras escrituras.
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