Paréntesis

Lunes 13 de abril de 2020
Día 31 en cuarentena

   Comienzo este diario por una tarea de lengua. Pero elijo darle un sentido personal. Empiezo a escribir con el fin de que en unos cuantos años pueda releer estas líneas y acordarme con nostalgia y cariño de mi yo del pasado.
   Soy Luna, tengo 15 años y vivo con mi mama, mi hermana (14 años) y mi hermano (11 años). Tengo una enorme familia materna, muy unida y de mucho amor. Nos juntábamos todos los domingos a almorzar en familia y no había otra excusa para no juntarnos que estar enfermos, por lo que la ciencia nos lo impidiera a toda fuerza. Si eso no sucedía, solíamos rotar de casa en casa para almorzar todos juntos una vez por semana. Abuelos y abuelas, tíos y tías, primos y primas, sobrinos y sobrinas, nietos y nietas, tías abuelas, primos segundos e incluso algunos sin ningún parentesco sangrieneo. Pero nos une el amor de vernos, estar, compartir y vivir disfrutando. La figura de unión de la gran familia es mi abuela. Para otros la tía, la mama, la tía abuela, no importa. Catalina, pero le decían Tina. Le decían. Porque cuando nací yo le empecé a decir Meme. A elección o a la fuerza todos se fueron acostumbrando. Incluso ella le empezó a tomar cariño a su nuevo nombre. Es una persona muy especial en la vida de todos y todas las que integramos mi gran familia.
   Exceptuando los domingos, todos los días iba a danza. De lunes a sábados. Yo y mi hermana desde que tenemos apenas unos cuantos años comenzamos a bailar en la academia a la que hoy seguimos yendo. Hoy a dos años de recibirme de profesora de danza jazz puedo asegurar que, para mí, bailar es soñar en movimiento. Danzar es concretar el placer de las cosas. Y elijo bailar junto a mi hermana la danza mágica al ritmo de la vida.
   Para completar lo que era mi rutina, no puedo evitar nombrar inglés. No es algo que me guste ni que mi mama me obligue a hacerlo. Lo cual lo hace mucho más difícil. Si no tuviera opción no habría nada que debatir, sin embargo, tengo que hacerlo. Pero es una actividad extra escolar que elijo para mañana poder usarlo como una herramienta.
   En resumidas cuentas, esta era mi vida “normal”. Pero como en pasado hablo, muy de repente un virus la interrumpió. De eso se trata. Aquello que nos regia se derrumbó. ¿De qué sirve un “para siempre” en forma de piedra? El tiempo abrió paréntesis.
   El coronavirus llego a Argentina hace un par de semanas y como medida preventiva el sábado 14 de marzo toda mi familia decidió empezar a quedarnos en nuestras casas. Sin embargo, nos adelantamos a una realidad que le tocaría enfrentar a un país entero. El domingo 15 de marzo el gobierno nacional suspendió las clases y pidió que todos los que pudieran se aislaran ya que por el momento es la única medida de prevención efectiva. El 20 de marzo las autoridades del gobierno publicaron en el boletín oficial el decreto que obligaba a la mayoría de la población a permanecer en aislamiento, exceptuando tareas indispensables como empleados de la salud, policías y actividades de comercios destinadas únicamente a la venta de alimentos. En ese pequeño grupo de exceptuados entra mi mama, quien es trabajadora social en el área de salud en el hospital provincial Materno Neonatal.
   Desde estas repentinas modificaciones que cambiaron el diario de nuestros días, algunas cosas que parecían estables demostraron no serlo. Todos los domingos nos video llamamos con mi familia para encontrarnos y compartir de manera virtual. A pesar de que extrañamos darnos un fuerte abrazo comprendeos la situación que nos supera y elegimos colaborar para que esto se acabe cuanto antes, con la mejor onda. A pesar de que esto lo hacemos todos los domingos, a mi abuela la llamo todos los días. Hablamos horas incluso cuando no tenemos nada nuevo que contarnos.
   Siguiendo con mi nueva rutina, danza e inglés también pasaron a ser actividades que realizamos en el horario normal de clase, pero por videollamada. Ayer comencé mis prácticas para ser profesora de danza, las cuales se realizan en los últimos dos años de cursado. Constan en estar junto a una seño de niñas de 8 años aproximadamente dando clases compartidas con la seño titular. Desde que empecé a rendir para ser profesora soñaba con este momento. Y no voy a mentir. No lo hacía de esta manera, pero de todos modos no le quita la emoción.
   Personalmente no sufro mucho la cuarentena. Aprovecho ratos libres para leer, dibujar, cocinar y pasar rato con mi mama, mi hermana y mi hermana. Hace unos días descubrí unas charlas que se suben en formato de audio a spotify de Darío Sztajnszraber, Felipe Pigna, Rita Segato y otros que me entretiene mucho escuchar. También hablo por horas con mis amigas, y a la distancia y todo, siempre terminamos riéndonos. Las tareas del colegio son otra cosa que me tuvieron entretenida. Por ahora no he estado aburrida, soy fiel creyente de que siempre hay algo por hacer, por estudiar, por acomodar, por charlar, por jugar, por bailar.
   Y también por agradecer. No sufro del aislamiento porque soy privilegiada en muchos aspectos. Las villas, las mujeres que viven con sus agresores y a tantos otros sectores a los que se les vulneran derechos y, lamentablemente, en estos momentos la pandemia acentúa la desigualdad y división social.
   Tampoco me quedo con la idea de agradecer que me toco esta vida y no otra, como si fuera una cuestión del azar que acepto, agradezco y ya. Creo que todos y todas podemos hacer algo para que esta realidad no sea normal e incuestionable. Comprender que vivimos en una sociedad atravesada por una realidad socialmente construida nos hace poder soñar con una realidad más justa.
   En pocas palabras esta soy yo, así eran mis días y así comencé a vivirlos desde la llegada del coronavirus. Por este medio iré haciendo un seguimiento de mi experiencia.


El café de todas las mañanas, junto al libro que estoy leyendo en la mesa de mi patio.

(Luna, 4° A)

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